Luz que huye


Tarde de enero callada,
gorriones que hacen nido en el filo del ocaso.
Un transeúnte sonido de sirenas
y en la ventana un dibujo en el vaho.
Los libros amontonados en la mesa,
papeles que no llegaron a la papelera
y agonizan esperando la extremaunción
del olvido de las frases disueltas en espuma.
Lápices, borrador y cuaderno
son mi equipaje en la siesta sin sueño.
Elmore James suena en el plato
— necesito una aguja nueva—,
necesité tantas cosas
que ya no necesito nada,
porque tú lo llenas todo en mis huecos,
en esos huecos de las cicatrices
que la vida fue dejando en mi alma.
Se me escapan los adjetivos que te definen
porque eres tanto que no puedo nombrarte,
compañera de mis miedos, de mi risa
y de mis noches insomnes.
Estás aunque no te respire sobre la arena,
aspirando fuerte en la sangradura
de tu brazo remangado.
Ya se fue la luz, ha huido
ya es de noche,
quería escribir el artículo de Schopenhauer,
pero, como siempre,
he acabado escribiendo para ti.

© Francisco Castro

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