El café de la semana



Vi en aquella tranquila mañana
un sol que no era de otoño,
en las calles azuleaban
los espejos de las tiendas
sin campaña de rebajas.

Había hornacinas
dispuestas a contener
mis pasos para siempre.

Los trenes llegaban
y partían sin rumbo conocido,
mientras mi osamenta
formaba ya parte del mobiliario.

La gente evitaba mirarse
del mismo modo que yo,
habitualmente,
evito los ojos ajenos a mí;
pero esa mañana ansiaba mirar,
buscaba afanosamente esa señal
que me dijera que estabas
a mi lado para ser inicio.

Y llegaron mis pasos
al unísono con tus hombros,
esa presencia hierática, majestuosa,
que cobró vida y la insufló
en mi alma hipóxica.

Desde entonces el sol
siempre es de otoño
y el café,
siempre,
es el café de la semana.

© Francisco Castro

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